martes, 20 de enero de 2009

Parte II: El principio de un recuerdo

Esta segunda parte me ha quedado un poco más larga. Creo que los espacios entre los párrafos y los diálogos han tenido bastante que ver al respecto. En cualquier caso, este capítulo nos acerca bastante más a Pablo, nuestro protagonista, y se nos abre un poco el terreno para la próxima y última parte. Espero que os guste.

El curso no había empezado particularmente bien. El profesor de Legua había aparecido un mes después de comenzadas las clases, lo que produjo en los alumnos una gran alegría durante las dos primeras semanas. Alegría que pronto se convirtió en preocupación y, finalmente, en irritación. ¿Cómo demonios iba nadie a esperar que aprobasen los examenes de acceso a la universidad si nadie les enseñaba lo que debían saber? Para colmo, el viaje de fin de curso peligraba seriamente gracias a la persistente huelga de los profesores, que se negaban a ocuparse de actividades extraescolares por algo acerca de un dinero que se les debía desde hacía muchos años.

Para Pablo Izárraga, de diecisiete años, a estos problemas académicos se sumaba la repentina ruptura con la que había sido su novia los últimos tres años. Encima, su padre apenas paraba en casa desde hacía unos meses por culpa del trabajo, por lo que su madre se pasaba el día con cara lánguida y llorando por las esquinas. En definitiva, no estaba pasando por su mejor momento.

Así iba Pablo, sumido en sus cabilaciones, de vuelta a casa desde el instituto aquel atípicamente caluroso día de mediados de octubre. Caminaba como un autómata, con los auriculares puestos, sin prestar demasiada atención a lo que pasaba a su alrededor. El semáforo de peatones en el que esperaba cambió a vede y Pablo se dispuso a continuar su camino.

_ ¡¡Eh, cuidado!!

Sintió un fuerte tirón desde la espalda de la camiseta, tropezó con el borde de la acera, y de pronto se vió sentado y dolorido en el suelo. El grito le había llegado amortigudo por la música de sus auriculares y por el ruido del motor del deportivo que acababa de saltarse el semáforo. Una mano fina de dedos largos apareció ante su cara. Sin entender muy bien qué había pasado, Pablo la aceptó y se puso en pie mientras miraba a la chica que le había salvado. Era mona, aunque no parecía tener más de quince años. Él sólo llevaba en ese instituto desde el curso anterior, ya que en el colegio privado donde había estudiado desde niño no se impartía bachillerato, pero de todas formas no recordaba haber visto a esta chica por los pasillos. Tal vez ni siquiera estudiase en el mismo que él, y sólo se habían encontrado por pura casualidad... Pero estaba seguro de haberla visto en otro sitio.

_ Gracias_ titubeó mientras se quitaba los auriculares_. Creo que te debo una.
_ No te creas_ respondió ella quitándole importancia al asunto con un gesto de la mano_. Seguramente le habría dado tiempo de frenar.

Era una mentira evidente, pero ayudó a Pablo a sentirse menos incómodo.

_ Lo siento, no me he presentado. Pablo Izárraga. Estudio en el instituto Leonardo da Vinci.

Ella miró la mano extendida del muchacho y se echó a reir divertida.

_ Creo que esas formalidades se las podemos dejar a los padres y profesores_ comentó con una sonrisa.

Pablo seguía forzando los engranajes de su cerebro. Había algo que le resultaba muy familiar en aquella chica. Hizo un rápido examen. Tenía el pelo rizado y oscuro recogido en una larga trenza. Algunos finos rizos castaños habían logrado zafarse del peinado y caían suavemente alrededor de su cara, enmarcando unos ojos impresionantes. Algo empezó a despertar en algún rincón oscuro de la mente del chico. Unas vacaciones, mucho ruido, tierra, empujones, hojas de helechos... y unos ojos grandes de color avellana. Unos ojos iguales a los de aquella chica que le sonreía junto al semáforo.

Entonces ella le sujetó los hombros y le plantó un beso en cada mejilla mientras decía:

_ Yo me llamo Raquel. Encantada.

2 comentarios:

  1. QUIERO MAS!!! MAS! MASSS QUIERO LEER MAS!!!!

    ResponderEliminar
  2. Sintió un fuerte tirón desde la espalda de la camiseta, tropezó con el borde de la acera, y de pronto se vió esntado (sentado?) y dolorido en el suelo.

    ResponderEliminar