domingo, 1 de marzo de 2009

Los dos cuencos

En una aldea perdida entre tres grandes montañas, vivían hace mucho tiempo dos viejos sabios que eran amigos desde la infancia. Se llamaban Hamar y Kezal. Desde hacía muchos años, Hamar era el jefe de la aldea y todos acudían a él en busca de justicia y de sabiduría, mientras que Kezal se había convertido en el chamán y sumosacerdote, y era a él a quien acudían los aldeanos en busca de consejo y guía para sus almas.

Un día, Hamar se presentó inquieto y turbado en casa de Kezal. Su amigo le hizo sentarse, le sirvió una infusión de hierbas y le pidió que le explicase el motivo de su angustia. Hamar le contó que, habiendo sentido la necesidad de evaluarse moralmente, había descubierto con horror que sus defectos ahogaban considerablemente a sus virtudes. Enumeró para Kezal todos estos defectos y se dió cuenta entonces de que apenas encontraba unas pocas virtudes, muchas menos de las que había pensado.

_ Dime, viejo amigo, ¿cómo puedo guiar a nuestro pueblo con justicia y virtud, si es esto algo de lo que carezco?

El anciano chamán meditó un momento. Entonces tomó dos cuencos de cristal. Llenó uno con agua y el otro con un tinte oscuro, y los colocó sobre la mesa diciendo:

_ El cuenco de agua representa una virtud y el cuenco de tinta representa un mal.

Entonces sacó un vaso, lo sumergió en el cuenco de tinta y vertió parte del oscuro líquido en el agua, que al instante se oscureció levemente, aunque conservaba su transparencia. Kezal miró a su amigo y prosiguió:

_ El bien y el mal no son incompatibles: nuestras virtudes no son puras, como tampoco lo son nuestros defectos. Ahora, este cuenco de agua es una virtud humana. No está limpia, al menos, no tanto como lo estaba antes, pero conserva su esencia. ¿O acaso negarías que es agua?

Hamar asintió y el chamán continuó explicando:

_ Todos esos defectos que me has descrito antes no son más que virtudes teñidas. Son todas como este cuenco de agua. Es cierto que hay algo de mal, pero es una parte ínfima, y no debemos darle importancia.

El viejo jefe reflexionó sobre lo que le contaba su amigo, y decidió que tenía razón. Entonces le dio las gracias, le abrazó y se marchó feliz y tranquilo, sabiéndose un hombre bueno.

* * *

En cierto momento de la vida, sea antes o después, casi todas las personas se encuentran ante un dilema como el de Hamar. Es entonces cuando debemos recordar que el agua, aunque se tiña un poco, limpia cualquier mancha por oscura que sea.

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