martes, 24 de marzo de 2009

Regreso (El esperado desenlace)

Sí, damas y caballeros, ¡por fin he conseguido terminar esta historia! Después de muchos quebraderos de cabeza he conseguido una adaptación que considero razonablemente aceptable. Sé que ha quedado un poco larga, pero confío en que se lea más rápido de lo que pueda parecer. Básicamente, no quería cortar la carga sentimental de esta última parte. Aquí por fin se verá la relación real del primer capítulo y el segundo. Además de eso, he tenido que hacer un pequeño apaño, pues debía mencionar el nombre del pueblo, pero aún no lo había decidido, así que lo tomé prestado de otra historia inédita e inconclusa que tengo abandonada en algún rincón de mi disco duro. Sin más dilación, os dejo con el esperado final. ¡Disfrutadlo!
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El curso por fin había terminado. Pablo le había prometido a Raquel que iría a pasar unos días al pueblo de ella, así que ahora se encontraba en una guagua en camino. El mar apareció junto a la carretera de pronto, sorprendiendo al muchacho, que acostumbra a verlo a lo lejos, en el horizonte, por detrás de los edificios y las montañas. Estaba tan impaciente por encontrarse con su amiga que ni siquiera se había percatado de que se había ido acercando a la costa.
Un pequeño cartel blanco indicaba el comienzo de una población. "Garana". El vehículo se detuvo en una parada en el arcén de la carretera secundaria. Cerca de allí, por encima de las casas próximas, se veían las torres de una iglesia. Pablo se apeó con paso vacilante.

_ Ya pensaba que no llegarías_ dijo una voz familiar a su espalda cuando la guagua se hubo ido.

Raquel le esperaba sentada en un improvisado banco en el lado opuesto de la carretera. Llevaba una camiseta marrón ceñida y el pelo recogido en un desaliñado moño. Pablo se preguntó extrañado si siempre había sido tan guapa o si sería que el aire de la costa le sentaba especialmente bien. La idea le hizo esbozar una sonrisa y ruborizarse a la vez.

_ Sí, bueno, el tráfico estaba horrible en la ciudad y nos retrasamos un poco...

Cuando llegó junto a ella, su sonrisa se desvaneció en el acto.

_ ¿Te encuentras mal?_ preguntó preocupado. Raquel tenía ojeras, los ojos hinchados y la nariz roja. Parecía muy decaída.

_ No... Yo estoy bien_ balbuceó ella. No parecía que quisiera dar explicación alguna.

Pablo la miró entristecido mientras recorrían las calles. Era evidente que su amiga no estaba enferma, pero también lo era que había llorado recientemente. Al chico le dolía verla tan mal y no ser capaz de ayudarla.

Pasaron junto a una amplia plaza de piedra con varias marquesinas que la recorrían de lado a lado y mesas alargadas de madera. Pablo se paró en seco.

_ Raquel, creo que he estado aquí antes.

Ella le miró extrañada.

_ Es la plaza del mercado de Garana. Un fin de semana de cada dos, los artesanos venden aquí sus productos... Pero_ añadió frunciendo el ceño_ me dijiste que nunca habías venido a Garana.

_ Te digo que conozco este lugar. Allí había un puesto de quesos, allí uno de juguetes de madera y hojalata, y allí... allí había un puesto de plantas.

Pablo apenas podía creerlo. No era un sueño, había estado allí de verdad. Ese sitio existía.

_ Vine aquí de niño. Vinimos de vacaciones a la costa, a una ciudad cerca de aquí, y mi madre se empeñó en venir al mercado porque nos pillaba de paso_ vaciló un momento, y tras una pausa continuó_. Recuerdo a una niña. Sólo nos vimos de pasada, pero la recuerdo como si hubiese sido... _ "el amor de mi vida" pensó_ una amiga de siempre. Estaba en ese puesto de plantas. Sé que alguien la llamó por su nombre, pero no lo recuerdo... Mis recuerdos se volvieron tan difusos que llegué a creer que sólo había sido un sueño de niño_ se quedó mirando a su compañera un rato en silencio y, bajando la mirada ruborizado, añadió_. Cuando te conocí, Raquel, creí que tú eras esa niña. Tenía unos ojos tan parecidos a los tuyos... Y esa sonrisa que tenías cuando nos conocimos, ¿la recuerdas?, se parecía tanto a la suya... Pero entonces caí en la cuenta de que la niña era más pequeña que yo, mientras que tú tienes mi edad. Y ahora resulta que vives en el mismo pueblo. Es todo tan confuso...

Apenas había acabado cuando Raquel rompió a llorar. Se sentó en el bordillo de la acera con la cara entre las manos, con el dobladillo de la camiseta que le cubría el regazo cada vez más salpicado de motitas oscuras por las lágrimas que lo mojaban. Pablo se quedó sin aliento. ¿Qué había dicho o hecho para provocar esa amargura a su amiga? Se sentó junto a ella, abrazándola y disculpándose sin saber saber exactamente qué debía perdonarle ella. Después de lo que a él se le antojó una hora, Raquel levantó la cabeza aún sollozando.

_ Esa niña se llamaba Ana_ dijo_. Era mi prima.

Pablo se quedó de piedra. A medida que había ido creciendo se había dado cuenta de que necesitaba volver a ver a esa niña... esa chica, Ana. Y ahora Raquel hablaba de ella en pasado.

_ "Es" tu prima, Raquel. Querías decir que "es" tu prima, ¿verdad?

_ Ella ya no está, Pablo_ dijo ella, al tiempo que las lágrimas volvían a agolparse en sus ojos_. Murió hace poco más de una semana... en un accidente de tráfico. Tenía muchas ganas de conocerte, ¿sabes? Yo le hablaba de ti todo el tiempo. Le enseñé fotos tuyas. Y ella me habló de lo mismo que tú, de esa mañana en el mercado hace ya tantos años, del puesto de plantas de nuestra abuela. Me dijo que aún recordaba en sueños ese día, y a ti. Dijo que tenías que ser tú, que tenías los mismos ojos, y que nadie más podía mirar así. Creo que le gustabas sin conocerte siquiera. Por eso te pedí que vinieras al pueblo. Quería saber si era cierto, si eras tú ese niño del que hablaba, y si estábais... no sé... destinados o algo.

Pablo no sabía que decir. Al fin había encontrado a la chica con la que había estado soñando desde los ocho años, y aún así, ya la había perdido, para siempre. Y, por algún motivo, no estaba tan triste como esperaba. Raquel seguía junto a él, sollozando quedamente. Fue entonces cuando entendió la razón por la que había conocido a Ana, la niña con ojos color avellana, esos ojos que no había podido olvidar nunca. Secó las lágrimas de su amiga con los dedos y la abrazó con fuerza, no sabía si para consolarla a ella o a sí mismo. Y con un susurro casi imperceptible murmuró las tres palabras que ella había estado esperando que dijese.

_ Te quiero, Raquel.

1 comentario:

  1. O.o....q bonito...yo quiero q la historia sea mas laaaaarga!!!!!

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