viernes, 24 de abril de 2009

Segunda Parte: Intrusión

Aquí teneis la continuación de la pequeña historia que os presenté ayer. No puedo seguir publicando esta historia por falta de tiempo y de espacio, ¡así que disfrutadla al máximo! Recordad responder a la encuesta, pues me ayudará a ofreceros un mejor servicio de blog.



Apenas un mes después del episodio junto al templo, llegan los Gorkani a esa pequeña aldea, Jafhem, entre una nube de polvo. El pequeño Khern ve entre los tablones de una ventana de su casa como se acercan. Su padre también los ha visto y se apresura a esconder al niño dentro de un tosco arcón en el que guardan la ropa de invierno y las mantas. Desde allí Khern escucha los gritos de terror procedentes de otras casas. Su madre se ha sentado en una silla en el otro extremo de la habitación y murmura para sí rezos y cánticos mientras se aferra a un amuleto de cuero y madera. El niño lo reconoce al instante: su padre lo hizo poco más de un año antes, cuando su madre casi muere en el parto de su hermano pequeño. El bebé ya venía muerto, pero gracias a ese amuleto su madre se salvó. Era una especie de trisquel tallado en madera, como tres espirales formando un triángulo, con cintas de cuero colgando por varios sitios y un pájaro con las alas abiertas en el centro, también hecho en cuero. Su padre había dicho que era el emblema de un ave salvadora. Ahora, muchos meses después, su madre rezaba a esa misma ave aferrando el amuleto en sus manos temblorosas.



De pronto se oyen pasos que se acercan corriendo a la casa. Los pasos presurosos golpean el suelo cada vez con un ruido sordo, acompañado por el rítmico chasquido metálico de las armas al chocar con las corazas. La puerta se abre de golpe y entran cuatro criaturas gigantescas. Tienen el cuerpo similar al de un hombre, pero con colmillos y hocico parecidos al de un jabalí, facciones de lobo en la cara y ojos rasgados como los de un águila. Caminan sobre dos patas gruesas cubiertas de piel rugosa y dura. Sus brazos, algo más peludos que los de un hombre, terminan en unas enormes manos con garras. Visten una pesada armadura de hierro y cuero. Todos ellos llevan una espada corta, una lanza y un grueso escudo.



Echan un vistazo rápido: el marido está tallando un vaso de madera y la mujer parece que teje algo. No hay nadie más. Tampoco habría espacio para esconder a nadie: un saco de grano a un lado, una leñera cerca del hogar en el que ya arde fuego, dos lechos que dan a entender que la pareja duerme separada, un pequeño cajón con unas mantas raídas, una tinaja con agua… Cuando están a punto de salir de la vivienda uno de los soldados vuelve a mirar lo que la mujer sostiene y entonces repara en la forma del pájaro. Se acerca a grandes zancadas y el marido deja el vaso sin acabar sobre la mesa, visiblemente tenso.

_ Eh, tú. ¿Qué tienes ahí?

La mujer intenta esconder el amuleto, pero es evidente que ya es tarde. El Gorkani le sujeta las muñecas con fuerza y le obliga a abrir la mano. Sus ojos rojizos se abren desmesuradamente y centellean al ver el amuleto.

_ ¡Es un amuleto de los úkeros! ¡Se prohibió el culto a esos pájaros hace años! ¿De dónde lo has sacado?_ exclama mirando a la mujer mientras aprieta con fuerza la muñeca donde ésta sujeta el emblema, que finalmente cae al suelo y rueda bajo la mesa. El soldado mira las herramientas del marido, que aún siguen sobre la mesa_. ¡Tú!_ ruge con los ojos desorbitados_. ¡Tú has hecho ese amuleto prohibido!

Los otros tres Gorkani se acercan a su compañero en busca de explicaciones y éste se vuelve hacia ellos gritando al tiempo que saca su espada corta de una vaina en su cinturón.

_ ¡Son adoradores de los Úkeros! ¡Traidores! ¡Matadlos!

El mayor de los guerreros, un merko con los colmillos retorcidos y al que le falta media oreja peluda, detiene a los otros dos con un gesto y trata de sujetar al primero. Pero antes de que pueda llegar hasta él, el otro ya ha segado el cuello de la mujer con la espada corta.


El pequeño Khern, bajo las mantas, observa la escena a través de las grietas del cajón. Apenas consigue reprimir el grito que le nace en el estómago cuando ve caer al suelo el cuerpo inerte de su madre. Se tapa la boca apretando fuertemente con las dos manos para no gritar y cierra los ojos deseando que todo sea sólo una pesadilla. Si hubiese tenido otro par de manos habría podido taparse también los oídos. Así no escucharía los pasos de su padre mientras corre hacia el cuerpo de su esposa, ni el silbido de la hoja cortando el aire. Tampoco notaría el brusco silencio ni el sonido sordo del segundo cuerpo al caer. No oiría a su padre boquear en busca del aire que apenas le llega a los pulmones, tratando de retener una vida que se le escapa sin remedio, una vida que desea retener para su hijo. No quiere dejarlo solo tan pronto. Al menos le habría gustado verlo crecer unos años más. Khern oye que los Gorkani salen de la casa y se alejan. El mayor de ellos reprende al que acaba de asesinar a sus padres como una madre que regaña a un niño que ha roto una jarra de cerámica. El niño sale del arcón y llega arrastrando los pasos hasta su padre, que aún jadea. Cuando sus miradas se encuentran, los ojos del padre ya empiezan a mirar hacia la nada. Con la fuerza que le queda logra arrancarse una sonrisa para el pequeño.

_ No llores, hijo. Me habría gustado quedarme más, pero ya me tengo que ir.


_ ¿Por qué? ¿A dónde te vas, papaíto? ¿Qué le pasa a mami?


_ Ella ya se ha ido. Para asegurarme de que no se pierde yo voy con ella, así la cuidaré. Te prometo que nos veremos otra vez, aunque espero que sea dentro de mucho tiempo_ añade con un guiño_. Hasta entonces quiero que seas fuerte. Y sobre todo quiero que seas bueno. Mira que estaré vigilándote…


_ ¿En serio? ¿Podrás verme? ¿Dónde vas a estar, papi? Yo también quiero verte.


_ Mamá y yo estaremos muy alto en el cielo. En la estrella que hay justo encima de esta casa._ Levanta la mano hacia su hijo, le acaricia la frente y la posa en el pecho del niño_. Y sobre todo estaremos aquí… y aquí.

Los ojos de Khern vuelven a empañarse y las lágrimas corren presurosas por sus mejillas. Sujeta con fuerza la mano de su padre, varias veces mayor que la suya, y se la lleva a la cara, acariciándola y cubriéndola de besos.

_ Se me acaba el tiempo, Khern. Sé un buen chico para que tu madre y yo estemos siempre muy orgullosos de ti, viéndote desde lo alto de las estrellas.


_ ¡No! ¡Quédate un poco más, por favor, papi, papaíto! ¡No me dejes solo!


_ ¡Nunca te dejaré sólo!_ el hombre esboza una sonrisa débil y apreta la mano de su hijo para infundirle ánimos_ Aunque no me veas siempre estaré contigo. Te quiero, hijo.

La mano que el niño aún sostiene queda inerte y los ojos del padre se cierran. Khern rompe a llorar amargamente mientras balbucea entre sollozos:

_ Yo también te quiero, papi.

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